Árbol majestuoso esbelto
inclinas tu cabeza alta
al empuje fresco del cierzo,
a la lluvia, al viento que destroza,
a las tejas de casa, a las ruedas de coche,
a las luces de neón, al gas de una lámpara,
a los ojos de tus niños.
En tu silencio unos muelles de descanso,
un animal de compañía, unas corcheas
de azul cielo apaciguan
el ímpetu de la más pesada ola.
De por sí es difícil caminar
en pedregales sobre cantos rodados,
senda-sudor de trillar cosechas
para encima llevar añadido
un cesto con amargores de peso.
Magos con disfraz de promesa
fabricados en pucheros de mentira
prensan al borde las pisadas del nacido
en su trayecto de pasillo.
La acostumbrada presión alterna
doblega la balanza con notas ovaladas rojas,
sufridas espaldas gachas.
La carga emocional es pesada
encoge el montículo del orgullo
deshace la espuma en hilvanes sueltos
cuando no hay empuje que sople
y la ilusión agota el camino.
Al crecer se añaden anillos al tallo,
su resistencia aguanta, afianza
la vanidad del crecido en años,
lejos el filo del hacha con intención de corte,
a mitad la meta del recorrido.
No hay tatuajes de flores, círculos
de espirales infinitas, dibujos, cábalas, cuentas
que atenúen la presión de fuerza
del sombrero lleno de problemas
adosado a cada cual en su cabeza.
Los rompientes de roca pesada
descienden al silencio del llano
donde el corazón sosegado duerme,
mientras el interior ordenado compensa
los dientes de sierra alternos
con pinceladas sutiles de esgrima.
El agua en estanques es calmada,
en el pasaje cada noche tiene día,
muescas de tiempo cincelan aguantes,
aires de águila, fogones encendidos,
calores de hogar, pase de bandeja, hombros al desnudo,
fuera el sombrero, la cabeza se despeja
y la música liberada se inspira en violines de fiesta.
Cuadro al óleo 60X60 y poema de
José Mª Fdez. Lozano (Arte conceptual)