LA COLA DEL GATO
Con cuello de goma
estirada,
salida en exceso de
madre,
un gato maúlla de
agudo a grave
como intentando
comer la luna
y emitiendo
amenazas, soplidos
entre dientes y
colmillos.
Con lágrimas de San
Lorenzo,
pestañeo enfurecido
de rabia,
arrastra las tripas
a ras de suelo
por los desgarros de
su cola
que yo pisé al
pasar,
se supone que
despistado y al azar.
El que antes amigo a
mi vera,
andar amigable,
confiado a mi sombra,
runruneo de cría ,
él ya sabía
que portaba en mano
su comida.
Con mi piel
descolorida, exaltada,
moral baja, manchada
la planta del pie
ensangrentada, sin
llegar al charco
deja huellas
visibles del hecho.
Al traste el
aprecio, cruel sorpresa,
escapa el felino,
alocada desbandada,
rabia desatada cual
huida de la peste,
víctima perseguida,
maltrecha, vencida.
El sufrido pisado,
remostado,
como pisapapeles de
oficina,
se siente harina
triturada de molino,
mientras vahos
cálidos de color naranja
humean de su extremo
humillado.
No bastan buenas
palabras
que engañen con
maquillaje
el sentimiento de
arrepentimiento
a la película de
terror en suspense
que visualiza su
maltratada cola.
El ladrido y piar de
animales vecinos
se convierten en
ecos lejanos unos,
otros, en ramas las
más apartadas
guardan silencio con
ojo atento ladeado.
La interpretación
dolorosa
termina por fin la
tragedia.
El perjudicado lame
sus heridas.
Mi yo, culpable
improvisado,
arrepentido,
sobrepuesta la pena,
sirve reconciliación
en plato,
a distancia por si
acaso,
leche aguada que
apacigüe
cualquier atisbo de
venganza.
Óleo 60X60 y poema
de
José M.ª Fdez.
Lozano (Arte conceptual)